15 de febrero de 2010

Young Liars de David Lapham. Reseña comiquera de actualidad.



La nueva serie creada por uno de los mejores autores completos aparecidos en la década de los 90 en la escena  independiente norteamericana, tras su brutal debut con la poderosa, cínica y brutal "Balas Perdidas", y seguido por otras obras como "Mátame", "Silverfish", ya para el sello Vertigo de DC Comics, (como el cómic que nos ocupa), y sus dos irregulares aventuras para el Universo Marvel y DC, con una miniserie de Daredevil, y una saga de 12 números en Detective Cómics, es una obra tan demoledora como sus anteriores, mezclada y agitada con el delirio pop del mejor Grant Morrison o Peter Milligan.



Lapham en sus obras anteriores, demostró ser un auténtico maestro del género negro, de la descripción y desarrollo de personajes, del uso del tiempo y el orden cronológico, sabiendo saltar del pasado al presente con una gran facilidad y un pesimismo y violencia escalofriantes.



Young Liars nos presenta a un grupo de personajes, encabezado por Danny Noonan, de profesión pringado que ha tenido un golpe de suerte, y está saliendo con la chica de sus sueños, Sadie Hawkins, cantante de su grupo de música, su musa y que ha perdido todo tipo de inhibiciones debido a que tiene una bala alojada en su cráneo, y perseguida por su padre, dueño del mayor imperio de tiendas americano. Al lado de la pareja principal, tenemos un elenco de personajes a cada cual más sórdido: una ex-modelo anoréxica, un niño rico al que su padre le ha cortado el grifo, un transexual heroinómano, y una groupie con la autoestima por los suelos.



Y todos ellos tienen algo en común, mienten a los demás y se mienten a si mismos. Nada es lo que parece en esta serie, que pasa de ser una historia más o menos cotidiana en los primeros números de la obra, a pasar, sobre todo a partir del magistral y fundamental número 7, a convertirse en un estudio psicológico de un elenco de personajes patéticos, sobre todo su protagonista, pero extrañamente entrañables y perfectamente descritos, pareciendo en pocos números que el lector los conoce.



Lapham vuelve a demostrar su dominio de la narrativa, con una serie que no se lee, se devora, gracias a un ritmo vertiginoso, unos diálogos punzantes, unos finales de número tan sorprendentes y adictivos, que tienes que leer el siguiente, unos saltos en el tiempo y de realidades brutales, y un argumento que en un principio parece sacado de la serie Z más descacharrante, para convertirse en un estudio de la obsesión, los celos y las mentiras, que en un principio parece muy ligero, para acabar convirtiéndose en algo realmente trágico. Todo ello aderezado con un delirio pop en el que cabe todo (arañas de marte, enanos asesinos violadores, alienígenas, múltiples personalidades, muertes que no lo son tanto, realidades paralelas y mucha música, tanta, que el propio cómic tiene en cada número en su primera página, en los créditos su propio soundtrack incorporado, variado y de calidad).



El problema que tuvo la serie, fue su cancelación en el número 18, debido a las bajas ventas de la colección, lo que repercute en el resultado final. Los últimos tres o cuatro números de la serie, no bajan el nivel de la colección, pero si que precipitan demasiado los acontecimientos que en los 14 números anteriores Lapham había ido desglosando de manera perfecta, tomándose su tiempo, y ampliando poco a poco el marco de su obra. Estos últimos números precipitan todo, dejando una sensación extraña al finalizar su lectura de obra inconclusa y de que falta algo, que se ha interrumpido demasiado pronto. Una pena, porque es una obra original y rompedora, poseedora de una imaginación fascinante, de unos personajes carismáticos y perfectamente definidos, de una libertad asombrosa demostrando que Lapham es uno de los mejores autores actuales, pero que debido a su abrupto final, no es la obra maestra que podía haber sido, quedándose en un experimento fascinante pero incompleto. Una lástima, pero que no quita para que tenga mi máxima recomendación, y pida desde aquí que Planeta se digne a publicarla, ya que el lector español no puede quedarse sin la última obra de Lapham, trepidante, violenta, difícil en algunos momentos pero tremendamente ágil y adictiva. Una rareza genial.

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