17 de diciembre de 2016

Star Wars: Rogue One de Gareth Edwards. Gracias por hacerme creer de nuevo en Star Wars


























Que sorpresa tan agradable me he llevado con Rogue One. Porque pocas esperanzas tenía en esta nueva entrega del universo Lucasiano tras los pobres y cobardes resultados artísticos que fue El Despertar de la Fuerza hace exactamente un año. Los problemas que aparecieron a mediados de este año con el director volviendo a rodar gran parte de su metraje y los múltiples cambios auguraban un desastre al estilo Suicide Squad, es decir, un monstruo informe, montado a hachazos que no tendría ni el sello de la distribuidora ni el sello del artista.



Pero nada que ver. En 10 minutos de metraje, Gareth Edwards consigue introducirte de nuevo en el universo Star Wars, expandiéndolo y presentando nuevos elementos que enriquecen la historia de la saga original. Y lo hace con un mimo y un cariño por la creación de Lucas que se transmite en cada plano, en cada localización, en cada uniforme o diseño de criaturas. Y es que Edwards tiene una tarea complicada, que es darle cuerpo y mente a un grupo de individuos que son mencionados en los minutos iniciales del Episodio IV y que sirven de Mcguffin para el arranque de la historia.



Esa tarea la consigue Edwards a medias y quizás es el punto más débil del largometraje, hasta cierto punto. El equipo de rebeldes es atractivo y Felicity Jones lo mejor del grupo, pero Edwards, al igual que en su anterior trabajo, Godzilla, no consigue insuflarles a los personajes esa magia y carisma que a lo mejor necesitarían para convertirlos en iconos del universo Star Wars. Pero es que tampoco tienen que serlo, ya que en este spin-off que recuerda tanto a una partida de rol de Star Wars o a los cómics que están entregando Aaron o Gillen para el sello Marvel, estos personajes serían elementos de fondo de la saga original, lejanos en su estrellato a los protagonistas de la saga.



Por eso esta película es un canto a los elementos secundarios y personajes que pueblan un universo tan rico. Y Edwards tira de su conocimiento y cariño por el universo para entregarnos diseños descartados del pasado de los títulos originales, con elementos de cosecha propia, haciendo nuevo lo conocido y aunque utilice el recurso del homenaje, en ningún momento es vulgar o evidente como J.J. Abrams. Edwards demuestra que es un fan pro con un cariño excepcional por la saga a lo largo de sus 40 años. J.J. Abrams sacó todo su fanboyismo del álbum de cromos de la trilogía original.



La película arranca con un prólogo cautivador y desarrolla su primer acto con un ritmo excepcional, llevándonos de una localización a otra y reforzado por un correcto trabajo de Giachinno a la sombra del maestro Williams que sabe aunar elementos y temas de las precuelas y secuelas para convertir esta película en un perfecto nexo donde los verdaderos fans somos recompensados con elementos que no son fundamentales para comprender la saga original, pero que amplifican el universo y dan nuevas explicaciones de elementos icónicos de la saga.



Quizás el segundo acto se le atraganta a Edwards y el nivel de implicación como espectador se pierde un poco en un nudo donde la película se queda algo estancada. Pero da igual en el momento que las piezas se ponen en su sitio y arranca el maravilloso tercer acto. Un tour de force que mezcla épica, cine bélico, drama y terror y que deja extasiado a cualquier seguidor de la saga galáctica.



En definitiva, un molde con algunos elementos que pulir que debe servir a Disney para entender como debe continuar su saga galáctica, consiguiendo mezclar elementos del pasado pero con la ambición de traer estilos, tonos y elementos nuevos a una saga que siempre debe estar en absoluto crecimiento, de la misma manera que su creador original la comenzó y continuo a lo largo de 30 años.

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