22 de junio de 2017

Corazón Salvaje de David Lynch: La obra más efectista y fallida del cineasta






















1990 fue el año en el que David Lynch entró en mi vida. Concretamente el 15 de Noviembre de dicho año con el estreno en Tele5 del episodio piloto de Twin Peaks. Dos meses después, Corazón Salvaje se estrenó en España, la vi y encontré a un nuevo dios cinematográfico que me dio una nueva visión de lo que podía hacer el cine en manos de un prestidigitador con una visión única del mundo y de la naturaleza humana.



Después de esto, llegó Terciopelo Azul, Cabeza Borradora, El Hombre Elefante y posteriormente Fuego Camina Conmigo, Carretera Perdida, Una Historia Verdadera, Mulholland Drive e Inland Empire. Conocí a Lynch como autor completo, con obras de juventud previas que daban pistas de la grandeza de un cineasta que en su madurez creció como autor pero sin olvidar la experimentación de la que ha hecho gala en toda su carrera.



¿Y dónde coloca esto a Corazón Salvaje dentro del global de su carrera? Quizás en el peor puesto junto a su fallido Dune. La razón, que vista con el paso del tiempo y conociendo la obra del cineasta es su película más vacía de contenido.

Es curioso que siendo la película más fácilmente comprensible del autor, es aquello que menos entiendo. Y es que no se bien que me quiere contar en la misma, debajo de todo el ruido y la furia, la mayoría de las veces efectista de sus imágenes.



Entiendo que Lynch, basándose en la novela Sailor y Lula de Barry Gifford, quería hacer su particular homenaje al Mago de Oz, pasado por el filtro de las películas de pandilleros de los años 50 y sus musicales en glorioso Technicolor, con un poso de esa Americana perdida que subyace a lo largo y ancho de toda su obra.



También entiendo que es una visión muy "sui generis" del doloroso paso de la adolescencia libre de responsabilidades a la agridulce vida adulta y el shock de esa transición. Pero está contado a golpes de machete, sin la sutileza y la profundidad a la que nos tiene acostumbrados el espectador.



La factura técnica y artística es impecable. Tanto la imagen, el sonido, la selección musical y los actores están perfectos en una obra que continuamente está en la cuerda floja entre el realismo magnificado y la parodia sangrienta. Pero su fusión de temas y tonos, entre el empalagoso amor adolescente, la trama criminal y su realismo mágico repleto de seres que parecen extras de la vida de unos Sailor y Lula que siguen el camino baldosas amarillas, donde la felicidad y el dolor se dan la mano a veces en la misma escena, no cuaja como en otras obras superiores del cineasta.



El motivo. Sus ganas de epatar por epatar. De ser moderno por serlo. Porque esta obra si que tiene todo aquello que los enemigos del cineasta le reprochan, casi siempre sin razón, elevado a la máxima potencia. El ruido y la furia puede al contenido y aunque dentro de esta irregular obra nos encontramos algunas de las más icónicas y magistrales escenas de toda la obra del cineasta, -el accidente de tráfico, el abuso sexual y verbal de Bobby Perú a Lula- el conjunto no encaja como un buen engranaje y la sensación al terminar de verla es de debajo de la pirotecnia y el magistral trabajo de Lynch tras las cámaras, solo nos encontramos el vacío de la intrascendencia.

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